LA CANCIÓN DEL QUE REGRESA
aquí me encuentro sin ver la orilla de mi sangre,
poniéndole fecha a mi muerte,
víctima de las ilusorias trampas del confort.
II Lanzo un grito al aire y las montañas no responden,
sólo el silencio acude con todo y sus navajas.
Apuesto mi última carta, como la botella en el naufragio,
III Camino y la tierra que piso me desconoce,
el viento me evita al doblar un árbol,
aparece el sol con su ancho rostro rencoroso.
Soy un fruto seco, desprendido de mí desde el principio.
IV El invierno apareció sin previo aviso.
Los pájaros abordaron las rutas del olvido.
Se abría la niebla y ojos bandidos
iniciaron el descenso y la batalla.
V He aquí que soy yo hablando en este año de 1181.
Es diciembre y Nagano está a punto
de impregnarse con el aliento de la muerte.
Un presentimiento resbala de los árboles.
De amistades se hinchaban nuestras venas.
El cielo azul era un aliado nuestro y se abría la tarde
cuando un pájaro atravesaba las ventanas.
VII Con el sable en el costado dirigíamos el rumbo de las nubes.
Apresábamos el silencio niño escondiéndolo en el pecho.
Las aguas obedecían las órdenes de la ciudad. Una geometría
perfecta era entonces el transcurso de los días.
VIII Hoy mi tacto no sabe de texturas.
Como la espada que lenta comunica la vida
con la muerte, avanzo a través de las horas
hendiendo el aire con mi rostro en la penumbra.
IX Desaliñado y hambriento vago por montañas desconocidas,
herido por un sol que no pesa más que la desesperanza.
La soledad habita en mis entrañas,
el sonido de mi sangre es lo único que escucho.
X Entonces llegaron los días terribles, los días del valor
y la coraza; la hora de enfundar la sangre, la hora en que
el monte Togakure fue testigo y plaza del filo de la espada.
Sin otra idea que la victoria salimos al combate.
XI Descendieron las tropas de Heike trayendo consigo la noche.
Una herida en el pecho de Nagano se desangraba
con la fuerza del grito en el silencio.
Así cayeron los hombres como gotas de agua en la tormenta.
XII La realidad se desfondaba como una cubeta vieja.
Los sentidos fueron prisioneros de rumores enemigos.
Días sin tregua, violencia en caudal por acrecentar
los territorios. La noche observaba dormida en un rincón.
XIII Eran los días en que no el amor sino el odio decía adelante.
El único amor era el de las mujeres
que despedían a sus hombres como quien sabe
se ha consumido el fuego y la oscuridad recién comienza.
XIV Días insomnes, en que parpadear significa perderlo todo,
Aunque se desee volverse ciego en medio de la sangre.
Terminar de una vez por todas y desaparecer cuando el sol
anuncie la mañana como signo de perdón.
XV Mi exilio es el resultado de una guerra y la profecía
de otra que crece hacia adentro de mí mismo.
Así que ahora me dejo caer sin miedo como aquél
que anda con los hombres sabiéndose ángel entre la basura.
XVI Soy Daisuke Nishina escribiendo en el aire la historia de la sangre.
Vengo del monte Togakure y viajo a las remotas regiones de Iga
sabiéndome poseedor de ausencias, llevando en el hombro la derrota
y la muerte de mi gente en la planta de los pies.
XVII Si al despertar, mi rostro en el agua encuentra su reflejo,
si aún recuerdo mi nombre al escuchar el canto de
los pájaros entonces tal vez podré volver la vista hacia
mi sombra y renovar tu amor con la luz que guía mis pasos.
XVIII Qué importan ahora los oficios: bufón, esclavo
o servidumbre, cuando es miserable mi misma condición.
Sólo la voluntad de encontrar respuestas me sostiene
como un fruto maduro que siente el llamado de la tierra.
XIX Hoy, sobreviviente en la batalla, todavía recuerdo
las palabras de mi amada:
“A veces el sol nace de mis ojos
a veces la lluvia resbala por mis labios”
XX Y más que alivio es hondura en el dolor
esa lluvia y ese sol tan de mi cuerpo ausentes
son espejos donde se refleja la derrota, donde en vez
de mi rostro encuentro una cruz bordada en lágrimas.
latía el corazón del sol como el guerrero
que paciente aguarda el día del parto:
la coronada llama y la consumación de la flama.
XXII Pero a veces los besos no se logran
y no se consuman los esfuerzos del pasado.
La misma espada que nació para defender la vida
trajo consigo la muerte de todos mis anhelos.
XXIII El mismo vagabundo que antes me apenaba, hoy habita
mi mismo cuerpo, mi misma sangre, comparte mi sudor, y
es oscuro hasta en mi rostro; donde él duerme lo hago yo,
porque ahora lo entiendo, ese vagabundo soy yo.
XXIV ¿Para qué la vida si no es en el amor donde se habita?
¿Para qué las flores si duelen las caricias?
¿Para qué labios si no hay donde desbordarlos?
¿Para qué la sangre si no hay pasión donde encauzarla?
XXV El sol nos miente en el camino.
Cómplices las montañas confunden las veredas.
¿Voy o vengo? ¿Me busco o huyo de mí?
La muerte sería ahora para mí, ¿castigo o recompensa?
XXVI Hambriento deliro en medio del olvido
encuentro una serpiente del otro lado del espejo:
Yo soy el Guardián del Umbral
más allá de mí no lograrás avanzar.
XXVII Caigo hacia la insondable transparencia.
El final se anuncia con trompetas.
¿Soy aquel que aún perdido no termina de perder?
¿Soy una presencia que la muerte no alcanza?
XXVIII Despierto y sigo muerto,
pero no son las montañas de Iga, ni soy guerrero,
soy un hombre derrumbado entre las mesas.
Este no es un sueño, es la ciudad con todos sus demonios.
XXIX Más desesperado que el samurai intento el camino de regreso,
pero ¿a dónde regresar sin saber tan solo a donde avanzo?
¿Partir? ¿Llegar? Soy alguien de la calle: una pasión,
un transcurso nada más.
XXX Cuando todo parece no tener fin
se anuncia otra presencia: Kain Doshi.
La esperanza se pule en un canto nuevo, este es
el nacimiento y la belleza saluda desde otro rostro.
XXXI La calle ya no es más la misma, es un templo
en ruinas donde se ofician los misterios.
El mundo es entonces otro, porque otro es éste
que lo mira desde su infame condición fantasma.
XXXII Mente y cuerpo no son lo mismo
ni están separados —me dice Kain Doshi
¿El viejo sacerdote existe o soy yo mismo
quien viene a rescatarse?
XXXIII Tu condena es la de las olas,
la del eterno retorno,
pero no es castigo sino recompensa,
después del mar serás tú quien conjunte los opuestos.
XXXIV El mundo carece de rupturas.
Tú y yo somos distintos y somos uno.
Todo refleja todo lo demás.
El universo es un espejo.
XXXV ¿En qué momento el aire que respiras
deja de serlo para convertirse en parte de ti?
¿Dónde dejas de ser tú
para convertirte en la sombra que proyectas?
XXXVI Es aquí donde aprenderás la lección
de las balanzas,
donde entenderás el horror
y el prodigio de ser humano.
XXXVII Entenderás que en el mundo todo es ilusorio,
que debes estar dispuesto a todo incluso a perder.
Tu grito de combate fue siempre el de victoria,
olvidaste aprender a perder, a sobrevivir en la derrota.
XXXVIII Fue entonces cuando desaparecieron las fuentes de angustia.
Una inexplicable y grata felicidad latía en mis venas,
encontré la luz gorjeando en las ramas de un árbol.
El día era redondo... era el tiempo del retorno.
XXXIX Después de la muerte fui un ángel acorazado.
Hoy al sostener la pluma
olvido los pactos con la noche oscura.
El sol me saluda de frente siendo mi destino.
XL Como las olas que ciegas se dirigen a la costa
avanzo de regreso a casa.
El camino se hace mío a cada paso
y me descubro pertenencia de la tierra a cada instante.
XLI Adelante encuentro un hombre y una mujer
que se miran en mis ojos sin asombro
y me dicen: Togakure es del otro lado,
tu sombra va pero tú te alejas cada vez más.
XLII Sus voces me convidan,
sus plácidos rostros me arrastran a seguirlos.
Hay algo de traidor en su trato tan amable,
lo descubro: son los fantasmas de mis padres.
XLIII Sigo mi camino hacia delante.
Mis padres muertos fueron una más de tantas trampas.
Debo permanecer despierto. Hoy no moriré,
es lo único que sé de cierto.
XLIV Una mujer y un niño me saludan al cruzar caminos,
mi corazón es entonces un volcán.
La sangre canta un himno nunca escuchado,
soy la voz de sus siluetas mudas.
XLV Caminamos juntos sin temor.
He cambiado el rumbo de mis pasos nuevamente.
Todo es perfecto hasta que advierto una presencia:
la mía en los ojos de ese niño.
XLVI El dolor me encaja un diente en la sangre,
el llanto amarga mis heridas.
Otra prueba más, nuevos fantasmas que me buscan:
mi esposa e hijo muertos en la batalla.
XLVII Quiera Dios esto termine
¿Deseo vivir o morir?
¿Por qué mi sombra tiene tanta fuerza?
Mi alma es oscura de tanta noche.
XLVIII Miradas implorantes me rodean, las ignoro
y sigo mi camino. Más adelante me pregunto
si habrían sido fantasmas también aquellos
que no me invitaron a seguirlos.
XLIX Lo pienso nuevamente y los alcanzo.
Respiro un aire libre y limpio a su lado.
Sé que esta vez es lo correcto.
Gentes puras como un agua pura me acompañan.
L Después descubro el engaño en las heridas de uno de ellos.
Lo reconozco al mirar su sombra dolorida.
Ese grupo de hombres limpios
no es otro que el de los guerreros muertos en Togakure.
LI Decido no moverme más.
Hundo mis pies en la tierra con la firmeza del temor.
Si no sabes que hacer no hagas nada
¿Seré tan débil que las sombras me convencen?
LII Un niño se me acerca pero lo ignoro.
Se sienta a mi lado,
me levanto y ando a donde pienso es Togakure
y él en silencio me acompaña.
LIII Luego le pregunto: ¿Vas a Togakure?
No, porque Togakure está del otro lado —me responde
¿Por qué estás tan seguro?
Yo soy de ahí.
LIV Por fin lo entiendo.
Ese niño soy yo hace muchos años
y es un fantasma.
Entonces me pregunto: ¿Realmente existo?
LV Todos los caminos son el mismo y son ninguno.
Regreso y avanzo al mismo tiempo.
Éste es mi canto, el canto de todos los hombres
que buscan desde que nacen el camino de regreso.
Terminado el canto
estuve de frente ante una nueva presencia:



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