Silencio errante

 


Soy sensato, vivo sin ilusiones.

Desde la más afilada orilla del silencio emerjo para entregarme al ambicioso oficio de la sangre y me prohibo todo ligero viso de arrepentimiento. 

Aquí me encuentro, herido de gravedad, en las ínfimas emergencias de la noche. No soy yo quien empuña y esgrime las palabras. 

Son las olas del asombro las que me conducen e impactan contra las personas. Jamás he sido noche, soy incendio y soy de viento. 

Soy la roca de los siglos y he venido a fraguar la canción del viento. Soy la eterna hoguera destruyendo las célebres páginas de la historia. 

Soy la canción del que regresa: el viaje de retorno a la soledad y la conciencia. Una noche, si mal no recuerdo, me encontré de frente con la aurora 

y le pregunté acerca de mi nombre. 

— Toda la soledad del mundo ha sido depositada en tu mirada —dijo—Sal al mundo y entrega las oraciones. Debajo de los sueños hay tormentas. Las tormentas son augurios. 

Pero yo era aquel que viajaba llevando a cuestas los presagios. 

¿Dónde fue que extraviamos el horizonte? 

— Sal y encuentra los ojos que tienden albas, dirígete a los puentes que conducen al ocaso, —dijo—; busca más allá de las palabras. En el silencio está el secreto de tu luminosa oscuridad.

Entonces me hice fuego hasta llegar a las cenizas.  

Aquella mañana desperté con un deseo feroz en la punta de la nostalgia: nombrar la aurora. Recordé que de niño sólo quería una cosa: 

ser el dueño de una tiendita de tabaco para los turistas. Ahora mi labor consiste en aprender a domesticar el fuego.  


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